26 octubre 2009

Hoy soy mi propio verdugo. Niña, el soneto
que entre melodías y sombras mi mente
proyecta deseosa de probarse que te ama.
¿De cuál fuente surgió tu pensar, y, en que fragua,
pudo cuál dios moldear tal arquitectura? Que a las
divinidades niego el derecho, pues mis ojos terrenales
ni con las más bellas flores encuentra similitud, y, las más
candentes opulencias traes a mi vida; la vida, el día, la noche,
toscas se marchitan niña, con la sola ilusión, que por mi ser
fluye, de acariciar tus cabellos. ¿Acaso algún fin tienen, el
arte y la poesía, si entre tus dedos estas musas se escurren
como una brisa entristecida que no cumple su fin
de socavar el divino mármol del que se se esculpen
los finos movimientos de tu presencia.
Convierte este calor que brota de la grieta desconocida,
permite, oh única diosa, que mi sola existencia, se funda y se pierda en tu ser.
Ya la humanidad entera parece vana a un alma que, sin saber, conoció
la verdad universal.
Decapitado yace mi cadáver, que solo la musa etérea despertará.

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